Carta Pastoral Para En Corazón Latino

Queridos Hermanos y Hermanas Hispanos de Santa Rosa:

«El Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?» (Isaías 50:9). Esta promesa es nuestro cimiento en tiempos difíciles y en los momentos de alegría. Reflexionemos hoy sobre cómo la confianza en Dios transforma nuestras vidas.

Imaginen un roble centenario con raíces profundas, que resiste las tormentas y disfruta del sol. Así es confiar en Dios: un ancla en nuestro mundo cambiante. Esta confianza no está destinada solo a grandes milagros, sino al valor cotidiano.

Piensen en Elena, una madre soltera que limpia casas. Su coche se estropeó, lo que amenazaba su trabajo. Ella rezó: «Dios, confío en ti». Al día siguiente, una vecina le ofreció llevarla. La confianza de Elena le permitió ver la ayuda de Dios en su comunidad.

O Miguel, que se enfrentaba a la barrera del idioma en el sector de la construcción. Desanimado, comenzaba cada día diciendo: «Con Dios, todo es posible». Poco a poco, su confianza se recuperó y encontró la manera de comunicarse de forma creativa.

Confiar en Dios es como el chile en nuestros tacos: ¡da sabor a toda nuestra vida! Nos da fuerza cuando estamos cansados, esperanza en la tristeza y multiplica nuestra alegría en las celebraciones.

Esta semana, hagamos de la confianza en Dios nuestro hábito diario. Al despertar, digamos: «Dios, confío en ti hoy». Durante el día, busquemos la presencia de Dios en lo cotidiano: una sonrisa amable, un problema resuelto o la fuerza para enfrentar desafíos. Al acostar a nuestros hijos, compartamos cómo hemos visto a Dios obrar hoy. Antes de dormir, agradezcamos tres bendiciones del día, por pequeñas que sean. Así, nuestra confianza en Dios se fortalecerá en cada momento de nuestras vidas.

Ahora, ¿dónde encontramos la fuente más profunda de esta confianza? En la Eucaristía. Este sacramento es la cumbre de nuestra fe y el manantial de nuestra confianza en Dios. Cada vez que comulgamos, recibimos a Jesús mismo, quien fortalece nuestra confianza y renueva nuestro espíritu.

Que cada comunión fortalezca nuestra confianza en Dios. Llevemos esta confianza, nutrida por la Eucaristía, a nuestros hogares, trabajos y comunidades. Juntos, confiando en Dios y alimentados por su presencia, podemos transformar nuestro mundo.

P. Linh

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