Pastoral Letter - August 2022

Dear Friends in Christ,

At Mass, we encounter the mystery of Christ becoming truly present under the appearance of bread and wine. Even though the sacred hosts look exactly the same after the consecration as they did before the consecration, we know by faith that there’s a world of difference. However, at the recent Priests Convocation, a statistic was presented that among Catholics in the United States, there are about 31% of those believing in the real presence of Jesus Christ in the Eucharist, and the other 69% viewing it as just a symbol.

Genuine Catholics believe that the sacraments effect an analogous change in each one of us. A baby girl right after she is baptized looks exactly the same as she did before, yet she is a child of God and a member of Christ’s body, the Church. A young man, once he wipes off all the holy oil, looks the same right after his Ordination, but now he is able to consecrate the Eucharist and to forgive sins in God’s name. And we sinners look the same after we walk out of the confessional, but we have had our relationship with the Lord restored and renewed. In all cases, we look the same on the outside, but at the core of our being we’ve been radically changed.

It’s no different with the Eucharist. Our Lord and Savior is truly present in our midst as our spiritual food. That’s the objective reality of what we call transubstantiation. The eternal Word of God took on flesh so that we might participate in the divine life, that we might truly become what we eat. The transformation of a sinner into a saint is the goal of every Christian life without exception. Therefore, all of us must be committed to leading Eucharistic-transformed lives.

The question is: How does the Eucharist empower us to live more effective, vigorous Christian lives? Jesus said, “I Am the Way and the Truth and the Life” (John 14:6). Christ is the center of Christian living and the heart of the Gospel is the call to follow Him, to become His disciples. Those of us who have heard and accepted our Lord’s summons to follow Him are invited to an intimate, personal relationship with Him. If a husband ignores his spouse, his marriage will suffer. If someone never communicates with her best friend, they will stop being best friends. Similarly, our Lord expects our full commitment to this relationship with Him.

But how do we live our personal relationship with Jesus Christ? We reach for Him, knowing that He is present to us in many ways. But we encounter Christ most fully, most intimately—Body, Blood, Soul, and Divinity—in the Eucharist. We say that He is most especially present in the Eucharist because such presence is not only spiritual, but tangible and corporeal. Jesus is the “life,” and when we bodily receive our Lord, the “living bread,” in the Eucharist, we truly partake of and draw upon this supernatural source of life.

Friends! In keeping the Lord’s Day, we are not submitting to oppressive rules. Nor should we be seeking merely to avoid violating the Third Commandment. Rather, the Lord’s Day is for our good. Our Lord is present at every Mass and in every tabernacle throughout the world. If we truly want to live authentic Christian lives, we do well to return, frequently and with much love and devotion, to the Source: Jesus, our Eucharistic Lord.

Your Friend and Pastor,

Fr. Linh Nguyen

Queridos amigos en Cristo,

En la Misa, encontramos el misterio de Cristo haciéndose verdaderamente presente bajo la apariencia del pan y del vino. Aunque las especies sagradas se ven exactamente iguales después de la consagración que antes de la consagración, sabemos por fe que hay un mundo de diferencia. Sin embargo, en la reciente Convocatoria de Sacerdotes, se presentó una estadística de que, entre los católicos en los Estados Unidos, hay alrededor del 31% de los que creen en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, y el otro 69% lo ve como un simple símbolo.

Los católicos genuinos creen que los sacramentos producen un cambio análogo en cada uno de nosotros. Una niña recién bautizada se ve exactamente igual que antes, pero es una hija de Dios y miembro del cuerpo de Cristo, la Iglesia. Un joven, una vez que limpia todo el aceite santo, se ve igual después de su Ordenación, pero ahora puede consagrar la Eucaristía y perdonar los pecados en el nombre de Dios. Y nosotros, los pecadores, tenemos el mismo aspecto después de salir del confesionario, pero nuestra relación con el Señor ha sido restaurada y renovada. En todos los casos, parecemos iguales por fuera, pero en el centro de nuestro ser hemos cambiado.

No es diferente con la Eucaristía. Nuestro Señor y Salvador está verdaderamente presente en medio de nosotros como nuestro alimento espiritual. Esa es la realidad objetiva de lo que llamamos transubstanciación. El Verbo eterno de Dios se hizo carne para que pudiéramos participar de la vida divina, para que realmente pudiéramos convertirnos en lo que comemos.

La pregunta es: ¿Cómo nos empodera la Eucaristía para vivir vidas cristianas más eficaces y vigorosas? Jesús dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14:6). Cristo es el centro de la vida cristiana y el corazón del Evangelio es la llamada a seguirlo, a convertirse en sus discípulos. Aquellos de nosotros que hemos escuchado y aceptado el llamado de nuestro Señor a seguirlo, estamos invitados a una relación íntima y personal con Él. Si un esposo ignora a su cónyuge, su matrimonio sufrirá. Si alguien nunca se comunica con su mejor amigo, dejarán de ser mejores amigos. De manera similar, nuestro Señor espera nuestro compromiso total con esta relación con Él.

Pero, ¿cómo vivimos nuestra relación personal con Jesucristo? Lo buscamos, sabiendo que está presente para nosotros de muchas maneras. Pero nos encontramos con Cristo más plenamente, más íntimamente —Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad— en la Eucaristía. Decimos que Él está muy especialmente presente en la Eucaristía porque tal presencia no es sólo espiritual, sino tangible y corporal. Jesús es la “vida”, y cuando recibimos corporalmente a nuestro Señor, el “pan vivo”, en la Eucaristía, verdaderamente participamos y nos alimentamos de esta fuente sobrenatural de vida.

¡Amigos! Al guardar el Día del Señor, no nos sometemos a reglas opresivas. Tampoco debemos buscar simplemente evitar violar el Tercer Mandamiento. Más bien, el Día del Señor es para nuestro bien. Nuestro Señor está presente en cada Misa y en cada tabernáculo en todo el mundo. Si de verdad queremos vivir vidas cristianas auténticas, hacemos bien en volver, con frecuencia y con mucho amor y devoción, a la Fuente: Jesús, nuestro Señor Eucarístico.

Su Amigo y Pastor,

P. Linh Nguyen

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